Con unos Don Quijote y Sancho Panza algo perdidos comenzaba el desfile ‘400 Cervantes: El hombre de moda’ con el que se clausuraba el curso de la Escuela de Sevilla de Moda, cuajado para el próximo año de novedades académicas. Pero con este desfile, sobre todo, se homenajeaba, a base de diseños, a aquél que escribiera cierta historia de aventuras durante su estancia en la Cárcel Real de Sevilla. Pues Cervantes estuvo preso en ella por algo tan contemporáneo y actual como un delito de impropiación indebida de caudales públicos. Dado el cóctel de circunstancias que acontecieron (como son la quiebra de un banco que condujo a, supuestamente, descubrir irregularidades en la contabilidad que llevaba), su acusación encajaría, perfectamente, entre las noticias de un periódico de hoy día. Fue ésta la causa responsable que podamos disfrutar de la lectura de una de las obras más traducidas del mundo: El Quijote.
¿Será ésta la razón por la que la recreación teatral se ambientaba en una cueva que Don Quijote quería explorar mientras Sancho le proponía mejores planes para pasar el tiempo? Sea como fuere, a medio camino entre el teatro y la estética visual que también supone un desfile, se sucedieron las propuestas que los alumnos de Sevilla de Moda habían preparado inspirados en estas páginas de locura caballeresca y sensatez mundana.
Así, entre grogueras, verdugados y otras prendas para poses hieráticas, se sucedieron los diferentes estilismos que un total de 35 aprendices de moda tuvieron a bien compartir con los presentes para el regocijo visual de éstos en homenaje a Cervantes.
Saltaba a la vista el uso que los alumnos de esta escuela de moda han hecho de los diferentes recursos textiles propios de la segunda mitad del XVI, fechas en la que la monarquía española ejerce su hegemonía hasta en los ropajes. De hecho impuso en Europa la sobriedad y carencia de detalles en una indumentaria inflexible llamada saya, sin arrugas ni jaretas, ajustadas hasta la cintura y con lechuguillas al cuello, que adoptaba en la falda forma de campana desmesurada gracias a los aros de mimbre o madera con el que se daban forma a estos trajes de aparato.
Así justamente comenzaba el desfile, con uno de esos vestidos ahuecados pero con vuelo despegado del XVI y largo a la rodilla del XXI, combinando el negro con un tono vino intenso de María Macaró.
O esta otra con transparencias en negro, según las pautas de esta temporada, que acaparó las miradas de los asistentes dejando estampas tan bonitas como la que os muestro gracias al contraluz de los focos. ¡¡Simplemente bello Pedro Manuel Garrido!!
Sin olvidar, en esta misma línea volumétrica, la paulatina transformación de la propuesta de Mario Valladares, sorprendente como siempre, que sin miriñaques, comenzó mostrando un vestido cuya estructura se sostenía con las manos como si se tratase del artilugio. Al soltarlo llegó la segunda visión del mismo traje, el cual se podía fechar más a principios del XIX que en la segunda mitad del XVI. Y, la tercera muy del XXI, pudimos verla tras un tirón de esos de película que dejan ver un cuerpo escultural. La modelo se deshizo del traje dejándolo caer hacia atrás como si fuera un abrigo, quedándose tan sólo con un body de encaje que le tatuaba todo el cuerpo.
En otros estilismos de la tarde, la capa española protagonizó los looks en el binonimo colorista del comienzo, aquí con un escote amplio y shorts flecados.
Junto a éste último, uno de mis favoritos reinterpreta esas mangas abullonadas que se abrazaban de tanto en tanto a lo largo del brazo, restándole aquí redondez y aportándole geometría rectangular para inflar de aire vanguardista todo el traje. Y como os decía, situado a medio camino entre capa atada a la cintura y vestido, pues queda abierto por delante y recogido ligeramente a los lados, dejando entrever el capri brocado en oro y negro. ¡¡Me encanta Marisa Lara!!
Algo más contemporáneos y menos quijotescos dos vestidos en negro, de los que nos gustan hasta los tobillos y sin mangas. Uno con grogueras al cuello sin almidonar, para que reposen sobre los hombros, de Aurora Ruíz.
Otro con plumas alrededor del escote y vuelo fruncido corte imperio de terciopelo de Belén Almenara.
Pero los que sin duda poseían una descarada influencia cervantina fueron los de José Peinado y Laura Aguilera. El primero colocaba el conocido sombrero del hidalgo como pamela sobre este vestido desestructurado, con abertura lateral, bajo redondeado y volumen acolchado, jugando con el lujo noble del brocado en rosa y el carácter plebeyo del tejido en tono tierra y mate.
La segunda, Laura Aguilera, idea para acompañar a un dos piezas de pergaminos atados a la cintura, una capa que al extenderse simulaban las aspas de un molino manchego, como los de aquel pasaje donde éstos eran Gigantes del Campo de Criptana contra los que lucha Don Quijote.
Continuando con el desfile, pudimos ver una pequeña selección de 4 vestidos, 3 de ellos con abundancia de blanco y uno en brocado celeste, de ésos que dejan con ganas de más. Entre los nacarados, de un minimalismo bello, éste sin mangas de Lucía Roca, cuyo único detalle es el logo de este aniversario cervantino que dibuja en negro el trazo seseante de una groguera dispuesta en forma de ‘C’ bocabajo en el pecho.
Algo más complicado, combinando un par de tonos más con un mix & match de superposiciones en tul de seda, un palabra de honor con tirantas finísimas, inapreciables, creación de Felipe Duque al que tanto admiro.
Este otro más coqueto, con profusión de detalles en encaje y bordados, diseñado por Ángela Moreno y que bien podría ser la viva imagen de cómo Don Quijote visionaba a su mesonera Dulcinea en su imaginativa locura.
El cuarto vestido es un diseño donde el cuello ondulado propio de la época baja hasta la cintura para, con la languidez que pueda poseer un tejido con cuerpo como es el brocado, acaricie caderas y aporte movimiento estático. Es de agradecer que Rocío Estepa le de una vuelta diferente a ese agarrotado collarín carente de atractivo y logre embellecerlo de esta manera, haciéndolo versátil ante los ojos de quien lo mira siglos después. ¡¡Sin duda fue uno de mis favoritos del desfile!!
En síntesis fue una bonita tarde-noche de moda de la que, si Cervantes hubiera podido verla, estoy segura que habría disfrutado, pues este ilustre escritor del Siglo de Oro español con su libro dejó una información muy valiosa y pormenorizada de las costumbres en el vestir de la época. Describía en él una indumentaria muy exigente e incómoda que reflejaba la importancia que era, en esos tiempos, ser mujer. Siendo el pudor la virtud que regía las pautas a seguir en el atuendo femenino, de ahí el uso de tonos oscuros, la aparición de las grogueras y la imposición de silueta única, pues fueran como fuesen los cuerpos, todos debían tener la misma forma. Eso sí, el exorno tenía licencia para ser complejo sobre todo si la dama era noble.