La nueva colección de Alba Calerón se llena de batas rocieras, de trajes de flamenca de lunares para hacer El Camino
Cositas mías se narra en primera persona, en presente y como punto de inicio, como fuente de inspiración y formación tanto personal como profesional en esto del costureo flamenco. Y lo hace a través de sus ojos, con su curiosa e inquieta mirada, la de Alba Calerón que, con ayuda de sus sentimientos en torno a la costura flamenca de talante rociero, va contando lo que para ella ha sido, es y será un traje de flamenca rociero.
Cositas mías son las puntadas propias y ajenas, esas que se dan y que son de otras cuando los consejos y advertencias así lo exigen, haciéndole perfeccionar su flamenca. Son, por tanto, momentos de aprendizaje en los que se tiene la fortuna de hacer las cosas de otra forma, como antes, con otro mimo y dedicación, mientras el tiempo pasa sin apretar el reloj porque el pasado se vuelve a hacer presente, mejorando lo que ya existe.
Cositas mías es cuando Alba Calerón consigue aglutinar en su aguja y dedal la visión flamenca de tres generaciones, de tres damas del costureo de volantes, a las que de tanto en tanto se suma una cuarta, llevando la voz cantante quien lleva más años en esto, pues sabe bien cómo se deben respirar los lunares y el aire que deben llevar los volantes.
Cositas mías es el resultado refrescante de las flamencas de Alba Calerón, actualizando el mejor hacer de la primera, la segunda y la tercera, poniendo así en pie diseños con sabor antiguo, de elegancia añeja y atemporal, propia de esas buenas maneras rescatadas en el coser, primando la sencillez sobre el diseño porque Alba Calerón pinta flamencas a lo Romero de Torres, del que dicen pincelaba la sensualidad de la mujer morena, pasional y fatal.
Por eso Cositas mías es su primera colección como profesional tras su paso, por dos veces, como finalista del certamen de noveles de We Love Flamenco, volviendo a esta pasarela dentro de su programa Viva by WLF. Por lo que necesitaba que fuera especial, que fuera ella y que hablara de su historia, que la describiera y reflejara. De ahí que esté enfocada, al cien por cien, en el entorno rociero, con propuestas para El Camino, La Aldea y demás menesteres romeros encajados en botos y sandalias de esparto, sin dejar de ser también un pequeño homenaje a las manos expertas que tanto le han enseñado y admira.
Y sin perder, como ya nos tiene acostumbradas, su línea creativa de clásico elegante, minimalista, prudente y coqueto que se basan en sus rojos, negros y blancos, a los que añade, esta vez, verde y rosa, pero en tono esmeralda y buganvilla, tiñendo tejidos lisos y alunarados y ausentando de sus diseños cualquier otro tipo de opción en estampado. Es como ella necesita expresarse en moda flamenca.
El moteado flamenco, el lunar, lo emplea en diversos tamaños, desde el galleta hasta el minúsculo, ése que colocado en simetría da, de lejos, un tono unificado sobre un fondo blanco. Como el que vemos en este diseño de vuelo de capa y vivos al tono, que se volantea al hombro en mangas largas ajustadas al puño, elemento textil que emplea en varios de sus nuevos trajes de flamenca.
Porque Alba Calerón no inventa volantes nuevos, ni tampoco busca dibujar siluetas imposibles de las que no te dejan moverte. Simplemente juega con los textiles rizados al aire y al hilo y con aquellos de capa sin frunces, imaginando flamencas con sello a la antigüa, con sabor inequívoco a volantes y lunares, pero bajo el filtro del diseño de la flamenca del XXI, de la que coge lo que más le gusta y lo integra a lo clásico, consiguiendo un equilibrio perfecto, maridando los volantes en su justa medida.
Así los dispone en varias alturas. Una de ellas desde la sisa, para un corte imperio flamenco que combina con mantoncillo rematado en seseo, que no en flecos, o sin él.
Los baja un poquito, al comienzo de las caderas, para repartirlos al hilo en un vuelo que se desajusta en un par de volantes verdes en flocados de terciopelo con otra pareja de volantitos que hacen las veces de carruchas en una de sus siluetas favoritas, propias de los años 40 y de los 60 y 70 que han vuelto, desde hace un par de temporadas, y que de momento aquí se quedan.
Silueta flamenca que ciñe con cinturón y renueva con mangas abiertas que bordean hombros en un estilismo suavemente canastero y setentero, al que vemos en otro diseño con un cambio de tono, duplicando volantes en el bajo y acortando también mangas, pero en volantes de capa de los que alegran la piel morena.
En un tercer enclave de volantes, que prevé en talles algo más bajos, pero sin cerrar en rodillas, permitiendo el movimiento y la comodidad, a veces lo ablusa en mangas y combina con pañuelo, en vez de mantoncillo, y otras inunda de volantitos al cuello que embellecen la mirada.
Sin olvidar uno de sus estilismos flamencos presentados en pasarela, un clásico y básico de armario flamenco de escote caja, mangas largas ceñidas al puño sin volantes y un par de éstos que se aúpan con can-can de remate plisado, que no carruchas, al tono de los lunares.
Para esta silueta elige también el negro, al que el par de volantes canasteros combina con mantón bordado asido a la cintura. Dejando que fuera el tono blanco el que cerrara su primera colección como profesional en pasarela.
Aquí imaginó un diseño de los suyos, de los de vuelo desde la cintura, con piezas que desde hombros van abriendo hasta los tobillos, para el que la tendencia de manguitas farol hace acto de presencia, combinando el traje de escote uve con un mantón cuajado de volantes, en igual tono y tejido que el traje de flamenca, evocando, o al menos a mí me lo parece, a una novia rociera.
Y todos ellos, todos los trajes de su nueva colección vistos en pasarela, son recuerdos de instantes pasados traídos al presente. Pues así es como los momentos perduran y las puntadas se vuelven eternas, con volantes y lunares que han bebido de diferentes pensamientos flamencos, convirtiéndose en pequeños tesoros perdurables, pasaporte, cada uno de ellos, a lo inolvidable, para mirarlo y remirarlo como si de leer un libro se tratase, entrando en un bucle temporal dulce con el que revivir historias, las suyas propias, las que ha ido acumulando Alba Calerón entre enaguas, dedales y agujas, que no son pocas.